lunes, 5 de marzo de 2018

The Hawlbaicin 14



                        Florentia Iliberritana. Año 45 antes de nuestra era.
            Allá en el alto castro que domina la pequeña civitas, en el Orto Carolo, donde se eleva la fortaleza del sátrapa y aliado de Roma, Pex Minaretix III el Rústico, todo está manga por hombro y no cesa la agitación por restablecer en algo el orden: se espera la visita del mismísimo Julio César, que hará una breve estancia en su marcha de regreso a la Ciudad Eterna, después de vencer a los hijos de Pompeyo en tierras de Munda, lugar famoso por sus vinos claretes y testarudos. Pero en fin, la cosa es que en el palacio de Minaretix, tiempo ha que se soportaba una hediondez, a causa, decía el tiranuelo, de los carros y carretas de la plebe y las bestias que los arrastraban, que cargados con sus cosas y sus gentes, deambulaban como era y es habitual en cualquier urbe del Orbe, defecando ora aquí, ora allá... Así pues, mostrando plena convicción y abusando de su condición, prohibió el tránsito a todo vehículo de tracción animal por las inmediaciones extensas del alcance de su vista. Pero pasaban los días y aunque ningún mulo defecara en los aledaños del alto castro, la repugnante pestilencia se había instalado de tal modo que ya se hacía insoportable.
            Y allá se hallaban, sobre las murallas, oteando hacia poniente, Minaretix y su sibila, la que no se nombra, la malvada Friktástila. Él, inquieto y cabreado, forzaba una ensayada sonrisa para ocultar su laxante estado. Ella, la que no se nombra, hierática y altiva su menuda y huesuda figura, observaba que las columnas de humo que por la mañana se elevaban al cielo, quedaban veladas por el polvo que a esa hora del atardecer levantaba a su paso las legiones. Ya se había adelantado un correo para advertir de la inminente llegada del glorioso ejército de Roma y de su general, Julio César. Y también advirtió el heraldo cierto tufo que ofendía un rato las narices, que si no usaban de las magníficas cloacas romanas, dijo, o a qué se debía ese repugnante hedor. Acá se defendió Minaretix culpando a la chusma y a sus bestias, que todo lo ponen perdido de estiércol, dijo. Tengo entendido, dicen que le dijo el heraldo, que tu cognomen es Rústico, a causa de tu origen y ascendencia, de cierto terruño próximo a Acatucci, ¿es así? Así es, reconoció aun tornándose rojo de ira, un tic nervioso le afectó a un párpado, notó movimientos en su vientre y hubo de aguantarse un pedo. En Roma, continuó el romano examinando los rubores del sátrapa, se imposibilita el paso de carros durante el día porque se origina un caos espantoso y no se puede caminar, pero de noche se abren las puertas de la ciudad para que todo el mundo pueda trasladar mercancías, enseres, pertenencias y... ¡Y lo que a cualquiera le venga en gana!, cuentan que le soltó de un grito. Es una política coherente, añadió reflexivo, para no asfixiar a una ciudad, que no sepas esto no me sorprende, pero siendo tan rústico como eres, que no alcances a discernir entre el olor a estiércol de burro y esta hediondez a mierda humana que flota en el ambiente... Aquí lo que pasa es que algún poblador del castillo, caga recio, atranca las cloacas y las heces se acumulan. Averigua quien es y expúlsalo, es de mal augurio, dicen que le aconsejó por lo bajini. Pero Pex Minaretix III el Rústico, que sintió aquellas palabras como si un hierro candente penetrara en su estómago, sólo fue capaz de tragarse el orgullo de reyezuelo sojuzgado y aceptar el consejo con fingida cortesía, y disponerse a recibir al dueño de Roma en su fétida morada. Bueno, dicen que se consoló el tirano, por lo menos no está la chusma estorbando en las calles y podrá pasear a su gusto, el augusto Julio César.           
           

domingo, 10 de septiembre de 2017

The Hawlbaicin 8



                        Florentia Iliberritana. 145 A.C.

            El viajero del tiempo recibió el primer rayo de sol de la mañana, justo cuando sus párpados comenzaban a caer fruto del cansancio. Deslumbrado y molesto, maldijo su resaca y activó el velo que impelía a la luz solar proyectada sobre la Cronociberfly. Tenía que descansar, la noche había sido corta pero intensa, unas horas de sueño le vendrían muy bien. Los ritos llegaron a excitarlo, los sacrificios a los dioses no cesaron, por lo que no faltó el lomo con ajos, el choto, las chuletas de cerdo, el conejo al ajillo, eso añadido a todas las viandas que se prepararon con antelación. Y qué decir de las libaciones, se vertió el vino por doquier, fue un delicioso y constante fluir del rojo elixir, pero a estas horas le golpeaba en las sienes. Por eso Jesús se acopló el casco del piloto, activó el programa de medicina urgente, pulsó el botón para aceptar la receta, abrió su mente y se acomodó para echar un sueñecito. Sueño que logró concebir escuchando como el rumor del río se iba confundiendo en sus divagaciones, hasta que por fin se quedó dormido, en la ribera del Darro, justo en la futura ubicación del casino de Zafra, junto al camino que él sabía sería motivo de la discordia en algo más de dos milenios. Y perdido en tales entelequias estuvo durante horas, fritiiiiiiico de sueño, e invisible. Y por eso el tirano Minaretix, que paseaba con las manos a la espalda recorriendo incansable las murallas de su castro, sin apartar la vista de las calles, desconfiando que todos en la urbe pudieran estar durmiendo, no pudo ni podría ver a Jesús, ni a ningún otro fuera de sus esbirros, que la ciudad entera pacía a esa temprana hora, cada cual en su jergón y al amparo de sus techos, sacando provecho al vino para olvidar al tirano y a la que no se nombra, por lo menos hasta que despertaran de nuevo.
            Y fue una ensoñación como ésta la que a las pocas horas desvelara a Jesús, que abriendo lentamente los ojos concibió aquello como una visión: si lograba regresar a su tiempo, aunque la misión no fuera completada con éxito, propondría a sus vecinos la pronta celebración de una fiesta. Pues ya desde la noche de los tiempos, había aprendido nuestro viajero en su viaje, usamos los íberos estas ceremonias para reír, reírnos hasta de nosotros mismos. Y para echar al fuego lo malo y quedarnos con lo bueno. Y que tiranos siempre habrá, y que a rey muerto otro en su puesto, y que esto siempre fue así y que siempre así será. ¿O no? Y mientras se debatía en estas y otras cuestiones, aplicó el programa de aseo para tomar una hidrobodyfast que lo animara, desayunó unas tostadas de pan de Alfacar y salió de la Cronociberfly a dar un paseo por la orilla del río, a respirar el sano frescor que emanaba de su cauce. Y en tanto caminaba, pensaba si realmente podría alterar el futuro, era mucha la responsabilidad, el porvenir del barrio estaba en sus manos. El barrio… ¿Qué estaría ocurriendo ahora allí, todavía esperaban el ataque o habrían comenzado ya las hostilidades, conseguirían repelerlo una vez más? Y en estos devaneos entretenía el tiempo cuando en la contemplación de aquel cristalino caudal, hubo de detenerse de pronto, captada su atención por un brillo dorado que de entre las aguas a duras penas se filtraba. Entonces lo recordó. El río Dauro, el que da oro. Oro: lo único que doblega voluntades políticas, lo que todo lo compra, y más a estos individuos tan fácilmente sobornables. No lo pensó dos veces, el oro no podía transportarlo al futuro, ni falta que le hacía, así que se fue corriendo a dar noticia de su descubrimiento a los habitantes de Florentia Iliberritana. Sólo ellos debían ser dueños del río y de su oro, y así de su civitas y de sus vidas. Y sobre sus ideales y su riqueza, fundarían su propia república.

The Hawlbaicin 7



                        Florentia Iliberritana. 145 A.C.

            Jesús, el viajero del tiempo, degustaba ensimismado su bacalao con tomate al resguardo de la Cronociberfly, que invisible en la ribera del río, permitía gozar de una vigilancia segura y tranquila. Conocedor de la Historia, evaluaba los hechos ocurridos en la Hispania de entonces para determinar de qué modo podía afectarle, o si acaso, servirse de ello para llevar a cabo su secretísimo plan, tan secreto que ni él mismo lo sabía, porque la consigna era la improvisación, la misiva era seguir el dictado de su corazón y de su ilusión, sólo por el barrio. ¡No ni na!, se dijo a sí mismo. Elevó el mentón masticando un trozo de pan y pudo contemplar el más calmo de los crepúsculos, lentamente caía la noche más efímera del año y allá donde el río se perdía en los campos, el horizonte azafranado se tornaba rosáceo para confundirse con un celeste cada vez más oscuro. En los arrabales comenzaban a brillar las primeras lucernas, los nativos de la civitas se preparaban para sus ritos paganos, sus venerados Dioses Lares serían agasajados, se celebrarían juegos nocturnos en honor al hermano Sol y a la hermana Luna, arderían hogueras y nadie dormiría hasta el amanecer. Correrían los odres de vino de mano en mano, y la carne, y el jamón, y el queso, y los dulces. Habían traído para la ocasión, recién llegado desde Sexi y en exclusiva para los vecinos iliberritanos, salazones de pescado, boquerones y un exquisito garum. Pero el tirano de la urbe, Minaretix, no participaría de aquella fiesta, porque además de continuar recluido en su castro a causa del miedo, ni había ni hubiera sido invitado jamás. Y ésta era una circunstancia que divertía a Jesús, pero a la vez lo fastidiaba. Los gobernantes no son inaccesibles, se decía, sino prisioneros de sus propios temores. Por otra parte, contemplaba la situación histórica. El sur de la Península Ibérica andaba en constante agitación, el lusitano Viriato traía de cabeza a las legiones romanas, lo cual eclipsaba un asunto sin importancia como el de la rebelión que estaba teniendo lugar en Florentia Iliberritana. El nuevo cónsul, Quinto Fabio Máximo, se tomaría esa noticia como un contratiempo molesto y todo lo más, enviaría un manípulo de legionarios como guarnición y alivio de… ¡La mosca cojonera de ese sátrapa cagón de Minaretix! Imaginaba Jesús al romano en paños menores dando saltitos dentro de su tienda de campaña, tal vez en algún lugar entre Cástulo y Basti, mientras escuchaba el mensaje de boca del heraldo. Sonrió con sus divagaciones y decidió que aquella noche sería para disfrutarla en compañía de sus vecinos, después de todo, eran sus antepasados. Mañana habría tiempo, se dijo, para idear una estrategia. Después de todo, si estaba en el pasado era para intentar alterar el futuro y evitar si podía males y sufrimientos. Pero hoy estaba invitada toda la urbe, incluido él, y nadie se lo iba a perder. Nadie excepto el tirano Minaretix y su concejo de urracas y esbirros. Y su sibila, claro, la que no se nombra, la pérfida Friktáxtila. La bruja, la arpía, la víbora, la pécora, el bicho, de mil maneras llamaban a la malvada hechicera, excepto por su verdadero nombre. Intuyó el viajero el escollo que podía suponer esta innombrable mujer, sólo comparable a doña Mae Telesfriend.    

miércoles, 22 de febrero de 2017

The Hawlbaicin 6

                        Garnatix, Albaycín, verano del año 2074.

            Después de una noche entera sin pegar ojo, la mañana se presentó algo más tensa de lo deseado. Los vecinos aún no había tomado una determinación y el enemigo estaba a las puertas, no podían obviar el inminente ataque que se preparaba, sería el cuarto en los últimos meses y era primordial repelerlo. El casino de Zafra, reconvertido desde que se conformara la Resistencia, dos años atrás, en la sede central de la asociación POP, hervía de actividad. Una paloma sobrevoló su bóveda acristalada contemplando a su paso a aquellos humanos que caminaban por dentro de ella como si se debatieran en humanas cuestiones. Y así era, hasta que de repente alguien tomó la responsabilidad y asumió los riesgos. Hubo muchos que de nada lo conocían, otros se planteaban sorprendidos quién era el osado, algunos hasta se atrevieron a preguntarle su nombre. Él dijo que eso no era importante, pero que podían llamarlo Jesús. Entonces, aquellos vecinos más familiarizados con la Cronociberfly 2012, la vieja máquina del tiempo y atracción estrella del antiguo casino, se sintieron obligados a comunicarle de los terribles peligros que aquel viaje entrañaba: la pantalla no visualizaba fechas con exactitud, solo épocas. En cuanto a su regreso...ya sabía de lo improbable del mismo. Algunos se miraron entre sí, otros dejaron caer los hombros apesadumbrados, pero todos quedaron en silencio cuando Jesús aceptó humildemente la misión, sin titubeos. Y todos pudieron admirarse aquella mañana al verlo subir a la Cronociberfly con sus provisiones de pan de Alfacar, su jamón de Trevélez y su morcilla de Güejar, su tartera de bacalao con tomate, unos piononos de Santa Fe y hasta su garrafa de agua de Lanjarón, que la trajo una tal Carmela, y su botella de J&B que le llevó de bulla y corriendo un tal José de Ari...lo que sea. Así que bien pertrechado de viandas para el camino, tomó Jesús las últimas consignas y con un aplomo encomiable, destapó un tuperware de ensaladilla rusa, se despidió tenedor en mano y brindando con un tercio de cerveza Alhambra especial, se perdió en la espesa nube que la maquina despedía para sensación del público, antes de iniciar el viaje en el tiempo. Y en tanto el vecindario quedaba a la espera, expectante y meditabundo, Jesús pensaba mientras comía en cosas como: Esto está que te cagas de bueno; y qué fresquita está esta birra; y... ¿En que época habíamos quedado que nos situábamos, a ver, a ver...? Mientras no caiga en la Guerra Civil...ahí poco podré hacer. Cómo está la ensaladilla, madre mía... ¡Coño, la pantalla, funciona! Eh, ¿eso qué es? No me digas qué...

Solsticio de verano en Florentia Iliberritana, sur de Hispania. 145 A.C.

Después de las últimas revueltas en la civitas íbera, más calmada la situación y levantado el toque de queda, algunos de los pobladores de los arrabales coincidieron en haber oído un extrañísimo sonido en la apacible noche, aunque nadie vio nada y aún menos podrían llegar a identificar aquello, pues nadie se quejó de daño o ataque alguno. Si acaso habrá sido un pedo de elefante, se aventuró a decir uno para las risas de otros. Pero aunque sabían que el enemigo no había entrado en sus dominios, nunca sabrían que aquello fue el atemporizaje de Jesús, silencioso y perfecto, un éxito.
 Pronto descubrió Jesús cual era el considerado enemigo por aquellos íberos, el mismísimo tirano de la pequeña urbe, el gran cagón, como se le conocía: Pex Minaretix el Rústico. Un tarugo puesto a dedo por los romanos, dueños y sojuzgadores de Hispania desde unos años atrás. El tal Minaretix, oriundo de unos terruños cercanos a Acatucci, se había hecho con el poder y sin embargo solía vivir encerrado en su alto castro, temeroso por la constante rebelión de los arrabales. Aquel frente de Resistencia no estaba compuesto por un puñado de idiotas y eso Minaretix lo sabía, por eso no le quedó otra solución, una vez más, que pedir socorro a sus amos los romanos, que tenía enorme empeño en hacerse con una de las más bellas calles de “su” Florentia Iliberritana y el barrio entero lo había mandado a freír espárragos. Que lo corrieron a pedradas hace unos días, a él, a sus esbirros, y a su guardia, que falcata en mano, bajaban todos por las calles del barrio que se las pelaban. Jesús pudo constatar que las cosas no diferían mucho en el lugar, a pesar de la distancia en el tiempo, más de dos milenios. Así que se dispuso a esperar un poco para poner en práctica su plan. Necesitaba tener una entrevista con Minaretix y dadas las circunstancias, no sería tarea fácil con el cagón asustado y sin salir, ni recibir a nadie, excepto, claro estaba, a algún mensajero de Roma, al que esperaba ansioso.     



                 Continuará...

The Hawlbaicin 5

                      Garnatix, Albaycín. Verano del 2072.
           
            Habían transcurrido tres semanas desde el resurgir y la inmediata reconquista del barrio. Las calles y plazas eran llamadas de nuevo por sus verdaderos nombres y se transitaba por ellas con absoluta normalidad. Se habían reforzado puertas y accesos desde el fallido intento por parte del enemigo de penetrar en el barrio, como lo hiciera siglos atrás el famoso Hernán Pérez del Pulgar: por el cauce del río. Por fortuna, los vecinos conocían la historia de la ciudad y consiguieron repeler aquel infantil ataque sin despeinarse. Pero no se podía bajar la vigilancia ni dar facilidades, la defensa y custodia se realizaban con enorme celo, los centinelas aumentaban turnos, duplicaban las guardias y se mostraban siempre atentos, sabían que más pronto que tarde el enemigo volvería a intentarlo, debían estar alerta.
            Victoria y Valentina son dos tremendas vecinas del Ejército de Resistencia, que esta mañana de viernes cumplen el refuerzo subidas al adarve de la Puerta de Elvira. De pronto, el captador de movimientos las advierte de una presencia extraña que parece acercarse desde el Oeste. Agudizan la vista y allí está. Por las trazas debe tratarse de un esbirro del señor Minaretes, serio y estirado, como todos, para disimular su miedo. Enarbola en esta ocasión una bandera blanca, la hondea en son de paz.
            Más falsos que una moneda de corcho, masculla Victoria. ¿A quién querrá engañar?, murmura Valentina sin apartarle la vista al intruso.
            ¡A de la almena!, vocea el enemigo. ¡B de la buena!, contestan ellas al unísono.
Vengo a parlamentar, traigo una embajada de mi amo, don Pepito Minaretes, y un mensaje de mi ama, doña Mae Telesfriend, y no me iré de aquí hasta que los entregue  en mano a vuestro jefe, son las órdenes, así que ir a buscarlo que acabemos pronto, que estoy reciente de una baja y todavía no he desayunado. Pues hombre...responde Valentina, te diría que fueras a desayunar y luego regresaras; por ir adelantando trabajos, pero...y chasquea la lengua. ¿Y si te entretienes más de la cuenta en el bar ojeando el periódico, se te pasa el rato y termina tu horario?, no volverías hasta mañana, ¿cierto? Por otra parte, podíamos dar curso a tu petición de manera inmediata e ir a buscar al jefe, pero a ese respecto, existe un problemilla de difícil solución que mucho dudo si tu cerebro de siervo estará preparado para asimilar. ¿Y cuál es?, pregunta el otro un punto mohíno. Que no tenemos jefe, expone Victoria. ¿Qué? ¿Lo ves?, te lo dije, no lo entenderías, se lamenta Valentina. Ahora, si me haces el favor, escucha bien lo que te voy a decir, porque te ayudaré a solventar con rapidez y eficacia las duras tareas de esta tediosa jornada, me lo agradecerás. En primer lugar: esa embajada que dices que traes, la traspapelas por el camino, me consta que tendrás experiencia en cumplimentar esa minucia sin esfuerzo alguno. En cuanto al mensaje de tu ama… Le vas a llevar uno de mi parte; esto además te dará puntos en la Concejalía de Inmovilización y Acoso al Ciudadano, confía en mí. Es sabido de todo Garnatix, el grave problema que padece el Consistorial House Palace desde hace años, sabes a qué me refiero: ese perpetuo atasco en desagües y cloacas que además mantiene el edificio siempre, digamos perfumado. Dile a doña Mae Telesfriend que el culpable es el mismísimo Pepito Minaretes, que el hombre caga recio, muy recio, y allá donde acomoda sus nobilísimas posaderas... Eso sí, sin intención, que el pobretico es un poco lerdo, pero de todos modos atranca el wáter, no lo puede evitar...      
       
             
             
           

            

The Hawlbaicin 4

            Garnatix, Albayzín, antes Hawlbaicin. Año 2072, antes año cero.

            El ejército vecinal del renacido barrio había tomado posiciones en todos los accesos. Atrincherados en sus barricadas, custodiaban los pasos y puertas con el celo de quien se sacuden una tiranía terrible, reciente, sólo había transcurrido una semana. No tenían miedo, era rabia, y por eso defenderían con su vida la vida del barrio, no la de sus calles y plazas, sino la de sus hijos y mayores, porque ellos eran el barrio.
            En la puerta de Santa Ana, junto a los dos diablinex que yacen inermes, cual parapetos, hace guardia esta mañana de sábado el destacamento de Carvajales, compuesto por cuatro aguerridos vecinos y tres tremendas vecinas. A esta hora temprana es Pepe el que goza del turno de vigía, sentado en su silla de anea con el comunicador en su regazo, se solaza escuchando los mirlos mientras sus compañeros echan un sueñecito. De pronto, atisba lo que parecen dos guiris acercándose tímidamente desde Plaza Nueva. Un perro ladra en lontananza, un jilguero gorjea en el plátano de sombra, una suave brisilla acaricia la cara a Pepe y coge el comunicador mirando a los dos turistas, que también lo contemplan estáticos, sonrientes.
            ¿Paco, me recibes? Aquí el vecino Paco en puesto de mando, te recibo pepe. Que hay aquí dos...yo creo que son ingleses...que me parece que quieren entrar a la Carrera del Darro. ¿Y qué problema hay? Eso digo yo, pero es que están ahí parados, mirándome todo el rato, como si imploraran algo, no sé, la verdad es que no se me da bien el inglés. Tú diles que...everybody, is free, adelante, como todo el mundo. ¿Pero no serán el enemigo, no? A ver, Pepe, seguramente serán gente de piel clara, cuasi nívea, ¿verdad?, más bien altos y rubios, o de pelo cano, ¿a que si? Mismamente parece que los estuvieras viendo, Paco. Ahora escúchame un momento, Pepe: El enemigo nunca llega caminando, siempre viene a bordo de su limusina gravitatoria. El enemigo nunca anda solo, se hacen rodear de un numeroso séquito de esbirros, pelotas, ineptos, lameculos y necios ensoberbecidos. El enemigo tiene miedo, por eso se hace acompañar de guardaespaldas personales, y guardia pretoriana, todos fácilmente reconocibles. De entre toda esa ralea, si los vieras, guárdate más de los pequeños y cabezones, o cabezonas, y sobre todo, no dudes en llamar al arma, son altamente peligrosos nuestros mortales enemigos, que diría Cervantes. Y ahora, Pepe, invita amablemente a los guiris a pasar a la Carrera, cambia la guardia y tómate un café, y unos churros, te lo has ganado. Mejor me tomo un lingotazo y me acuesto un rato. Tómate lo que quieras. Nos vemos a la hora de comer. Nos vemos.
           
                
  

           

             

The Hawlbaicin 3

                                    ¿The Hawlbaicín, Garnatix? Nooo....

            ...Vecinos, sí, eran ellos de nuevo. Ya sea que hubieran vuelto o que siempre estuvieron ahí, comenzaron a sacudirse el polvo de los escombros, a mirarse entre sí y a preguntarse, qué había pasado. ¿Habían viajado en el tiempo, cual era la realidad, vivían en el futuro? Pero no había tiempo que perder en preguntas que nada resolverían, solo quedaba actuar, pasar a la acción, era inevitable defenderse de los enemigos del barrio. Aquellos que lo hallaron tan bonico, que la envidia y la necedad los condujo al deseo de poseerlo, de transformarlo y destruirlo...Y no, no lo permitirían. Por eso se organizaron y pasaron a ser un movimiento, un ejército de defensa que impidiera la toma del barrio, la conquista cruel de aquellos estúpidos invasores que solo buscaban sojuzgar y someter al pueblo. Y así, se conjuraron en silencio para hacer de cada casa un bastión inexpugnable.
            Hombres y mujeres, ancianos, niños, chicas, abuelos, jóvenes y mayores, bajaron con determinación a la Carrera del Darro, su río. El barrio había resurgido y morirían por él antes de dejarse avasallar por los tiranos. Y para ello, empezaron por atrincherarse en las entradas de las calles. Empujaron los varados Diablinex y formaron con ellos la primera de las barricadas, en Plaza Nueva. Doña Mae Telesfriend, única ocupa enemiga, abandonó el Casino de Zafra entre las feroces carcajadas de los habitantes, que la hicieron portadora de un mensaje que llevar a su gran jefe, Pepito Minaretes, y a sus hordas. Resistirían hasta la extenuación, hasta la muerte, no habría tregua. No más carromatos insolentes, ni ascensores, ni funiculares, ni obras aberrantes, y dejando marchar al heraldo, continuaron con su cometido.
            Algunos subieron a las partes altas para bloquear los accesos, cosa que hicieron con los coches de los guiris que hallaron mal aparcados en las pequeñas aceras. Después establecieron destacamentos vecinales, puestos de vigía, aseguraron puertas, atalayas, puentes, calles, y cuando todo estuvo al fin bajo su control, observaron que estaba amaneciendo y sin pensarlo siquiera, se sentaron a contemplar el nuevo día, en silencio. Se sentían fatigados por el esfuerzo, pero felices, sonrientes. Y con una sonrisa despidieron a la última estrella y saludaron al alba, Albaycín... No todo estaba perdido, no todo...